sábado, 3 de marzo de 2012

Islas Paralelas. I. La Fuerza del destino. Pags. 30-34

ISLAS PARALELAS
TOMAS PEINADO PÉREZ Registro Propiedad Intelectual Madrid M-000963/2006


Llegó el momento señalado. Todo el nerviosismo por la tensa espera se transformó en tensión y concentración. Había quedado con ellos en un punto fijado, cercano a la casa de Lola, y allí estuvo a la hora señalada. Cuando llegó, el enorme vehículo todo terreno de color gris metalizado ya le esperaba, aparcado en doble fila y con las luces de emergencia encendidas. Ole, al verle acercarse, echó un vistazo a su reloj de muñeca, haciendo un exagerado gesto de desagrado ante la supuesta tardanza de Víctor. Éste, al percibirlo y tras sentarse en la parte de atrás, miró igualmente su reloj de muñeca:
-Llego en hora.
Ole no le miró siquiera a la cara y Lola, advirtiéndolo e incómoda, rellenó el tenso silencio que flotaba en el aire.
-Vale, ya estamos todos. (...) ¿Lo tenemos todo claro? -Miró al gigante calvo- ¿Ole?
El gran hombre calvo la miró moviendo la cabeza afirmativamente. Lola se dio la vuelta y habló en esta ocasión para Víctor:
-¿Todo claro, Víctor?
Víctor sonrió afirmativamente, guiñándole después su ojo derecho.
-Entonces, vamos.
El centro comercial no distaba mucho de aquel lugar, a lo sumo dos o tres kilómetros, callejeando por el casco urbano y alguno más, ahorrando tiempo por la circunvalación de la ciudad. Eligieron la segunda opción y en apenas unos minutos se plantaron en las inmediaciones del que en su tiempo –Apenas hacía un lustro, justo cuando Víctor comenzaba su condena- se consideró a bombo y platillo por las autoridades locales y regionales, como el centro comercial más grande de Europa. Ole llevaba la radio del automóvil puesta en un volumen muy bajito, pero suficiente para que los tres relajaran un ápice la tensión escuchando a Phill Collins con su “Another day on the paradise” Penetraron en el aparcamiento de superficie y Ole estacionó el enorme y reluciente vehículo en las inmediaciones de la puerta principal del complejo, muy cerca de dónde aquella otra vez se situaron cuando le contaron –En realidad sólo fue Lola quien lo hizo- a Víctor el “planning” de atraco a la entidad bancaria del centro comercial.
El sol relucía cenitalmente sobre ellos, y los castigaba con su intensidad primaveral. Los tres se habían vestido con colores oscuros y ropas holgadas. Lola estaba realmente hermosa, vestida con un suéter de color negro, pantalones vaqueros y una cazadora de un cuero fino y entallado de color negro. Llevaba sus enigmáticas gafas de sol y se había dado una película de vaselina en los labios que resaltaba su textura, de por si siempre carnosa y apetecible... ... Al menos eso era lo que pensaba Víctor al contemplarlos. Para estar más cómoda y como tantas veces solía hacer, se hizo una estirada coleta en el pelo. Su forma de fumar y su mutismo, como el de sus dos rivales compañeros, dejaban ver la tensión que reinaba en su interior. Víctor por su parte, estaba tan concentrado en lo que iban a hacer que no percibía su creciente dolor de cabeza que ya empezara a manifestarse a primera hora del día. Como aprendió en la cárcel, también de su amigo “Oso”, “Sin pensamiento no hay sentimiento”. Él no pensaba en su dolor de cabeza y naturalmente no lo sentía. Ole por su parte, aparentemente no estaba tenso ni nervioso. Su estampa era tan “pétrea” e inaccesible como siempre. Parecía relajado y tranquilo, pero un par de bruscas maniobras en la carretera y unas minúsculas gotas de sudor en la parte alta de su rasurada cabeza, perfectamente perceptibles desde detrás para Víctor que las contemplaba al contraluz, le hicieron pensar satisfecho, que aquel orondo personaje, que tan poca simpatía le transmitía, no tenía las entrañas de hielo tal y como parecía.

Era el momento de la verdad, cuando tenían que dar el “do” de pecho los tres. El último día del mes, cuando el banco se aprovisionaba de más dinero para pagar a los empleados que, con la nómina domiciliada en la entidad bancaria y con el sueldo recién ingresado, se dirigían en manada a extraerlo para saldar las deudas contraídas desde el mes anterior y gastarlo irremediablemente antes de que llegara la nómina siguiente. Era la hora prevista, a medio día, en el momento en que la guardia de los vigilantes de la empresa de seguridad contratada por la dirección del centro, estaba más descuidada, al realizarse el cambio de turno y quedarse un solo agente en las inmediaciones de la oficina bancaria, siendo de esta manera más fácil de reducir. Lola extrajo de una bolsa de plástico tres caretas de goma, una de Groucho Marx para Ole, otra de Charlie Chaplin para Víctor y una tercera de spiderman para ella y confirmó mientras se las entregaba:
-¿Preparados?
Los dos hombres afirmaron con la cabeza, serios y concentrados y casi a la par los tres se enfundaron sus nuevas identidades faciales, pero entre Ole y Víctor hubo tiempo, apenas una centésima parte de segundo antes de colocárselas, para dedicarse una fría, despreciable y mutua cruel y fija mirada.
A una voz de Lola, los tres salieron con decisión del automóvil, con las caretas puestas y una pistola cada uno en su mano.
-¡Vamos!


Gloria aparcó su viejo ford fiesta blanco (La contaminación de la ciudad y la falta de limpieza que le había dedicado últimamente hacían que virara del blanco al gris, especialmente en el frontal y la parte trasera) en una zona cercana a la puerta secundaria del gran complejo comercial. Con su mochila de deporte morada a la espalda, se dirigió con paso ágil al interior del centro comercial, mirando sobre la marcha su reloj de muñeca y comprobando aliviada como por esta vez había llegado a su hora a dar el relevo a su compañero. Éste, como solía ocurrir en los cambios de turno, estaba en las inmediaciones de la zona de vestuarios, esperando impaciente que el reloj avanzara, su compañera apareciera y dar por terminado el pesado turno de guardia, especialmente en las últimas horas que como suele ocurrir se le hacían eternas. Gloria le dedicó una forzada sonrisa cuando ya estaba cerca:
-Hola, me cambio en un segundo.
El joven rubio, de perilla albina, no le devolvió la sonrisa, sólo un seco saludo de compromiso y tras verla pasar por las puertas de acceso restringido, penetró tras ella en la zona reservada y bajó las escaleras en dirección también a los vestuarios, mientras se aflojaba el cinturón con munición, pistola y porra de plástico reforzado, para darle a su compañera el relevo.
Gloria no tardó en enfundarse en los vestuarios femeninos su uniforme de color azul oscuro, con el cinturón, la munición y el arma reglamentaria. Sólo había un par de cajeras, sentadas en un banco y fumándose un pitillo en su horario de descanso, despellejando sin piedad verbalmente a sus queridas compañeras. Al entrar Gloria en la sala se quedaron por un instante calladas, pero cuando vieron que no era de su gremio no dudaron en seguir con la carnicería, mientras contribuían a llenar sus yacimientos pulmonares de nicotina.
Al salir por la puerta de los vestuarios se encontró con su compañero que la esperaba serio e inexpresivo como un bloque de hielo. Forzó de nuevo una sonrisa que no fue correspondida:
-Ya estoy. Puedes irte.
El joven casi albino, le entregó el walkie-talkie y un manojo de llaves.
-¿Alguna novedad?
El joven, con su característico rictus de enfado y casi podría decirse que de desprecio, le respondió vagamente antes de desaparecer por la puerta de los vestuarios masculinos:
-La misma mierda de siempre. –Ya de espaldas- Sayonara Baby.
Cariacontecida, Gloria dejó caer un triste “Adiós”. Le hubiera encantado decirle: “Aprovecha el día, que hace sol” o “ Disfruta el día que la tarde va a ser buena”, pero no le pareció apropiado. Durante una infinitesimal fracción de segundo se le pasaron por la cabeza dos veloces pensamientos: El primero, de nuevo, el de las dos torres de New York desplomándose aquel once de septiembre; el segundo ella misma echándose un largo trago de ron. En un movimiento reflejo se tocó con los dedos sus resecos labios y subió las escaleras dispuesta a empezar su larga jornada laboral.
Gloria fue dando un lento paseo por el ancho pasillo del centro comercial, hacia la salida principal, en cuyas inmediaciones se encontraba la oficina bancaria, situada en mitad de dicho paso. Durante este recorrido iba echando un rutinario vistazo a las tiendas que iban saliendo por doquier a los laterales: De ropa juvenil, de lámparas, objetos decorativos, deportes, perfumería... Ya conocía a muchas dependientas e iba intercambiando sonrisas y gestos de complicidad con las que se iba encontrando en el camino. En aquellas horas era poca la gente que circulaba por el pasillo central. Se cruzó con un abuelillo que paseaba a una preciosa niña de unos cuatro años, con dos graciosas coletas en su cabecita y un globo rojo en las manos. La niña le regaló una sonrisa y Gloria, percibiendo la atención orgullosa del abuelo, se la devolvió a la par que le rascaba amistosamente la cabellera con la mano.
-Hola bonita.
-Dile “hola” a la policía- Contestó el sonriente abuelo, que miraba con dicha a su nieta. La niña respondió avergonzada y sin poder dejar de mirar la pistola que adornaba la cintura de Gloria.
-Hola.
Gloria no pudo evitarlo, se le dispararon todas las alarmas maternalistas, se le erizó la piel, un frío instantáneo la recorrió por todo su interior, alojando a su zaga un sentimiento de profunda melancolía y tristeza y mientras, pensó durante otra fracción de segundo en su test positivo casero de embarazo. Una lágrima imaginaria recorrió todo su rostro desde sus cansados lagrimales, recorriendo toda la mejilla hasta sus levemente agrietados labios. Gloria andaba en dirección a la puerta principal, pero iba tan embebida en sus propios pensamientos que no se daba cuenta de nada de lo que la circundaba. Fue en ese preciso instante, cuando de improvisto sucedió todo. Cuando se quiso dar cuenta, sintió un dolor muy agudo en su costado derecho. Su cadera había golpeado con fuerza el frío suelo, estaba tirada sobre él, con la vista a ras de tierra, estirado todo su cuerpo y aprisionado por un sujeto de grandes dimensiones que hacía fuerza con su cuerpo sobre ella. Sintió como le quitaban la pistola y cómo sacaban de su compartimento las esposas. El “clic” característico de éstas al cerrarse y el frío del acero en sus muñecas. Confundida, apenas pudo percibir como las escasas personas que estaban en las inmediaciones, miraban hacia ella con cara de horror y algunas de ellas chillaban con gran intensidad.

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