sábado, 17 de julio de 2010

Islas Paralelas. I. La Fuerza del destino. Pag 1-25

ISLAS PARALELAS
TOMAS PEINADO PÉREZ Registro Propiedad Intelectual Madrid M-000963/2006


I. LA FUERZA DEL DESTINO
Hacía un sol radiante. Era uno de esos días soleados del comienzo de la primavera, en los que el calor, la luz, la omnipresencia de la gran estrella nos inunda al salir a la calle y es imposible no alegrarse, esbozar una involuntaria sonrisa y ser optimista. Y era así como se sentía Víctor: optimista.
Era como uno de esos caracoles que salen de la sombra protegida a la intemperie soleada, estirando sus cuernos como antenas telescópicas dirigidas por un motor hidráulico, felices ante el calor que les otorga el preciado sol. No en vano, Víctor se había pasado los últimos cinco años “a la sombra” y era precisamente hoy cuando iba a ver el sol. Las ultimas semanas se le habían hecho eternas y especialmente los últimos días, se habían dilatado en su conciencia haciendo que pareciera que en vez de veinticuatro, tuvieran cuarenta y ocho horas cada uno. Al principio el tiempo no es tan importante. Cuando uno ya se ha hecho a la idea de que va a pasar los próximos años encerrado, el tiempo carece de importancia. Uno se dedica a las tareas cotidianas sin pensar en el mañana, ya que durante mucho tiempo, el mañana va a ser muy parecido al hoy, y durante todo ese largo, inabarcable, infinito tiempo, si algo vas a poseer en abundancia es precisamente eso: Tiempo. Pero cuando el reo ve acercarse el momento de salir, es cuando toma conciencia de que lleva mucho tiempo aislado de la vida real, de la calle, de la libertad, inmerso en una especie de sueño (Pesadilla, más bien), de inmenso e interminable letargo, y es ahora cuando se acerca el momento de volver a Vivir. Pero esto mismo, que en principio debiera ser motivo de júbilo inmenso, se torna en una tortura en forma de conciencia del tiempo perdido y también en una ansiedad, de un lado provocada por ese momento que, aunque próximo, no termina de ocurrir, pero por otro lado por un gran miedo al cambio, porque aunque éste sea positivo a priori, no deja de ser uno de los motivos que mayor miedo y angustia crea en el ser humano: El cambio.

-Soy feliz- Dijo sonriente.
Tras andar unos metros, se paró para mirar en la mochila que tenía colgada al hombro. De ella extrajo una petaquilla metálica forrada en una piel de cuero marrón (Ya ennegrecido y desgastado por el uso) y apuró el último medio trago que le quedaba, empinándola todo lo que pudo sobre su boca. El trago había sido escaso y Víctor necesitaba buscar un surtidor de combustible para su cuerpo.
Entró en un bar que había no demasiado lejos de allí. Era medio día, quizá ya la hora de la sobremesa. En el bar apenas había un par de hombres al final de la barra, de los que parecen formar parte del mobiliario, tan integrados con el vaso en la mano y apoyados sobre la barra como estaban. El bar no era muy generoso con la higiene, lo cual se podía deducir, desde la propia imagen de insalubridad que emanaba la contemplación de la barra, hasta los lamparones de grasa que salpicaban la camisa presuntamente blanca del empleado del bar, que bien pudiera parecer que deseaban emular a una piel de vaca o un decadente traje de sevillanas. Pero para Víctor era simplemente un surtidor de alcohol para su depósito ya en la reserva. Pidió una copa de ginebra en aquel templo del laconismo y perdió su mirada en la grasienta televisión suspendida en una esquina, pegada al techo del recinto, como hacían los otros impasibles sujetos de la barra. Estaban emitiendo una película española: “Átame” de Pedro Almodóvar, en un momento de la cual, el gran Paco Rabal, sentado en una silla de ruedas frente a un gran ventanal que separa el salón de una lujosa casa, de la ciudad nocturna salpicada de luces, hace un magistral monólogo. Dos clónicas palabras de este monólogo, sacaron a Víctor de su complicidad intima con la ginebra y le transportaron a un momento donde la felicidad y la desdicha se fusionaban, igual que la ginebra con su sangre: “¡Lola... Lola!” Dejó en ese momento de estar allí, en el insalubre bar, con el no menos insalubre camarero y sus particulares acólitos en la barra, y viajó con el recuerdo a un momento grabado con fuego en su memoria: Un momento de su vida que ocurrió hace unos años, tan intenso que ocupaba un lugar de privilegio en su memoria y en su pupila. En ese momento, Víctor también pronunciaba esas palabras: “¡Lola... Lola!” Estaba tumbado en el suelo boca abajo y gritaba con una mezcla de desesperación y desconcierto hacia un coche que se alejaba de allí a gran velocidad: “¡Lola... Lola!”.
Los ojos, cargados de recuerdos, se le velaron también ante una película de lágrima, que a punto estuvo de descargar sobre su mejilla, pero antes de que esto ocurriese, sofocó su fuego interior apurando de un trago la mitad de la copa de ginebra que aun le quedaba. Fue en ese momento, cuando saliendo de su mundo interior percibió que una nueva persona se había situado en la barra, algo más cerca que los otros dos. Era una mujer de edad aproximada a la suya, unos treinta y cinco, que tomaba una copa, con la mirada inmensamente triste posada en el multicolor botellero del bar que ocupaba toda la pared que había detrás de la barra. A sus pies descansaba una mochila deportiva de color morado.
Víctor pidió otra copa.

Gloria llegó a su casa con cara de profundo cansancio. Tras cerrar la puerta, dejó caer su mochila morada en el suelo de la pequeña entrada. Se dirigió a una habitación a descalzarse sus zapatillas deportivas y cambiarlas por otras más cómodas y caseras. Al pasar por las habitaciones contempló con desagrado como toda la casa estaba sucia y desordenada. Se trataba de un pequeño piso de una barriada obrera, en una tercera planta sin ascensor. Sonó el teléfono y Gloria salió de su ensimismamiento con un leve saltito provocado por el susto, haciéndole olvidar el desarreglo de todo el piso.

-Hola mamá.
-Te llamé hace un rato y no había nadie.
-Acabo de llegar ahora mismo- Contestó Gloria forzando una sonrisa.
-¿No salías hoy a las seis?
-Me he entretenido haciendo unas compras.- Mintió.
-¿Y Paco?- Había en la pregunta un tono de ironía maligna, de maliciosa pregunta retórica.
-No está ahora.
-¿No encuentra trabajo?- Preguntó de nuevo con el mismo tono.
-Sí- Forzando de nuevo la sonrisa –Bueno, hoy tenía una
Entrevista... Seguro que le cogen.
-Sí, seguro... - Ambas mentían y las dos lo sabían, pero mientras Gloria lo hacía con amarga desesperación, su madre lo hacía con tono de irónico reproche, que sonaba a cantinela recurrente.
-No tenías que haber dejado los estudios -Continuó mientras Gloria cada vez más molesta meneaba su cabeza. –Lo decían todos tus profesores...
-Déjalo mamá...
-(...) Decían: “Esta niña puede llegar muy lejos”, pero nada, y todo
por irte con ese vago al que tienes que mantener.
-¡Mamá, te lo advierto, una palabra más y te cuelgo!
-(...) ¿Estás bien hija? –A la madre se le endulzó repentinamente la cara como todas las madres cuando se preocupan de sus hijos.
Gloria de nuevo forzó la sonrisa, pero esta vez las lágrimas empezaron a brotar sin oportunidad de ser abortadas.
-Sí, estoy bien. (...) Paco me quiere, mamá.
-Eso está bien hija- Sus ojos se humedecieron como los de su hija y todo el carácter irónico e irascible que tenía un momento antes se tornó en ternura y comprensión hacia “su pequeña”. –Eso está bien. Hasta otro día.
-Adiós mamá.

Gloria colgó el auricular dejándolo caer sin fuerzas, como una metáfora de su estado de ánimo: hundido, cansado, sin esperanza. Sólo tuvo un segundo de calma y como movida por un resorte se sirvió una copa del mueble-bar que había en el desordenado y sucio salón. Como si le hubieran privado durante un instante del aire necesario para respirar y ahora se lo ofrecieran, con esa ansia de vital necesidad, así se tomó de un trago el contenido etílico. Después dejó la copa apoyada en una mesita del salón y se acercó a la pequeña entradita del piso, se agachó y sacó algo de su mochila deportiva. Era un test de embarazo, de los que venden en las farmacias para chequear en casa impregnándolo con la orina. Lo miró fijamente.


Víctor andaba por las calles de un barrio obrero que conocía muy bien. Se notaba por la soltura con que lo hacía y además había cambiado su forma de caminar. Si bien cuando salió de la cárcel, no tenía nada de particular, ahora sí: Caminaba más erguido, con la espalda más recta y la cabeza más alta, mirando fijamente hacia el frente y con la rotación de las piernas haciendo un ligero arco al andar. Todo en su conjunto le daba más personalidad, también más fuerza, carácter y seguridad. Dejándonos de eufemismos andaba como un “macarrilla de barrio”, con una mano en el bolsillo y la otra atareada en su también chulesca manera de fumar. En el lóbulo de su oreja derecha destacaban sus dos inconfundibles lunares, marca hereditaria de su familia materna.
Se percibía en el ambiente la decadencia de un barrio dónde la delincuencia y la droga pasaban factura a diario, donde el nivel de vida era más bajo que otra cosa y dónde la gente tenía que salirse muchas veces de las fronteras de la legalidad, unos para poder sacar la cabeza orgullosa por encima de sus vecinos y otros simplemente por sobrevivir. Es de justicia decir que el ambiente también dejaba percibir una población de edad muchas veces avanzada, a la que la cultura le fue privada desde jóvenes a cambio de hartarse de trabajar y sacar adelante a sus familias, en las tareas más duras e ingratas. Una población que había conseguido salir adelante pegándole dentelladas a la vida y que ahora, en los comienzos del siglo veintiuno, veían como las mismas tareas duras e ingratas que a ellos les permitió salir adelante, se relegaban para los inmigrantes africanos o sudamericanos que cada vez más abundaban en el barrio, dándole un variopinto y particular colorido y mezcolanza de razas, colores y lenguajes que no siempre tenía un saldo positivo.
Un sujeto delgado y con barba de varios días, el pelo enmarañado y sucio, que descansaba una pierna flexionada sobre la pared al lado de una esquina, mientras fumaba con idéntico estilo al de Víctor, llamó su atención. Se acercó a él y sin mirarse apenas ni uno ni otro a la cara, con la vista perdida cada uno hacia un lado y pareciendo que la cosa que más les preocupaba era el mantener su estudiado estilo y ritmo de suministro de nicotina, comenzaron a hablar:

-Coño Víctor, ¿Qué tal?
-Fuera se está bien. ¿Y por aquí?
-Esto ha cambiado poco...
-¿Y la Lola?
-... El chino sigue con el negocio de los pelucos...
Esta vez, ante las evasivas sí le buscó la mirada. Sus ojos no eran
amistosos.
-Pera, te he preguntado por la Lola.
El Pera le seguía esquivando la fija mirada.
-Sigue viviendo en el mismo sitio...
Víctor se dio la vuelta y le habló ya de espaldas al alejarse.
-Cuídate Pera, estás hecho una mierda.
-(Haciéndole detenerse y darse la vuelta) Víctor... (Desviando la mirada y dejando caer la frase incluso en el volumen) Que la Lola no está sola.
Víctor se dio la vuelta de nuevo impasible ante lo dicho y siguió su camino con la espalda recta, la cabeza erguida y los andares arqueados.


Gloria hacía lo que podía, frente a esa montaña de vasos, platos y cubiertos que llenaban el fregadero de la cocina. Esto no era sino el comienzo de una lucha titánica contra el desorden y la suciedad ya que la propia cocina, siendo como era más bien pequeña, tenía un sinfín de tareas más por hacer: limpiar los salpicados azulejos, los grasientos fogones de la cocina de gas, el suelo lleno de manchas pegajosas y de migas de pan... Y todo esto no se quedaba en la cocina, sino que el resto de la casa estaba desordenado y sucio de la misma manera. Pero por algún lugar tenía que empezar y decidió que la primera batalla fuera el descorazonador fregadero.
Fue en mitad de esta tarea cuando Paco entró por la puerta. Gloria sintió primero el ruido de las llaves al abrir la cerradura, después el portazo tras franquearla y por último el sonido estridente que tan poco le gustaba a ella: el del cristal del mueblecillo de la entrada al recibir el impacto de las llaves al ser tiradas sobre él con despreocupación. Siempre era así, una rutina diaria que terminaba con el culo de Paco dejándose caer como un enorme rinoceronte sobre el destartalado sofá del salón y pocos segundos después sonaría el viejo y (Como no) sucio televisor a todo volumen. Gloria sabía que, para verse, tendría que ser ella la que saliera a su encuentro y, como siempre, lo hizo.
Paco tenía también unos treinta y cinco años. Era moreno y tenía una curiosa barba muy estilizada que saliendo como un hilillo fino de pelo desde cada una de sus patillas, se juntaban coronando alrededor de la boca también con unos trazos finísimos. Era una de estas barbas que hay que tener tiempo para arreglarlas todas las mañanas y cierto era, que sus escasas ocupaciones no le privaban del tiempo necesario para ello. Vestía ropa cara y de sport y llevaba colgadas del cuello de su camiseta unas estilizadas gafas de sol con cristales de espejo y con destellos de colores. A pesar de todo este cuidado en su indumentaria, que sin duda exigía una dedicación antes de salir a la calle, el devenir del día lo iba degradando: La ropa estaba arrugada y algo descompuesta en el vestir, con la camiseta fuera de la cintura por un lado, los pantalones caídos y el pelo despeinado. A pesar de su juventud, el rostro de Paco estaba muy castigado. Tenía unas grandes ojeras que colgaban de unos ojos diminutos y enrojecidos y todo el cutis de su cara estaba colmado de unas arrugas diminutas con un trazo poco marcado, pero tan abundantes que su rostro de cerca, se asemejaba a los terrenos que han sufrido una repentina y cruel desertización. Además el color de su cara no era uniforme; por unos lados era normal, pero por otros tenía unos tonos enrojecidos de los que salen cuando uno está sofocado, o cuando se ha bebido más de la cuenta. Paco estaba abonado a esto último.
Gloria se acercó al salón y le habló desde detrás del sillón en que el se encontraba, sin lograr que le prestara la más mínima atención, atento como estaba a la programación de televisión.
-Tenías la casa hecha un asco.
-Y sigue hecha un asco.
-Podías haber recogido algo.
-(Impasible) He estado muy liado.
Gloria intentaba aparentar un coraje del que carecía.
-¿Y la entrevista?
-¿Qué entrevis... ? Ah, al final no pude ir- Contestó cambiando de canal de TV- Era una mierda de curro.
-¿Has estado bebiendo?
Repentinamente y sin moverse del asiento giró la cabeza de forma violenta. Sus ojos estaban inyectados en furia.
-¿Y tú? (Volviendo de nuevo a su contemplación plácida de la televisión) Sabes que no me gustan las preguntas.
Como si de un cambio repentino de personalidad se tratara, apenas un par de segundos después, se le dulcificó la cara y girándose un poco pasó su brazo por la cintura de Gloria para acabar tanteándole el culo primero y el pubis después con un dedo corazón al que poco faltó para introducirse en alguno de los más íntimos orificios, a pesar de la ropa intermedia, tal fue su fuerza y decisión.
-Estoy cansado, no me atosigues. ¿Porqué no me haces algo de comer, churri?
Gloria, con una mirada cargada a la par de tristeza y sumisión, se dio la vuelta, caminando lentamente hacia la cocina, pero antes de salir del salón, se paró un instante en la entrada de dicha estancia, mirando enigmáticamente a Paco, con una indescriptible mueca en la boca que hubiera sido la envidiada por la propia Mona Lisa. Paco se dio cuenta y giró su cuello hasta verla allí parada como si le hubiera dado un aire.
-(Con cara de desprecio) ¿Y ahora qué cojones te pasa?
El gesto enigmático se parecía cada vez más a una sonrisa de felicidad.
-Estaba pensando en el niño de tu prima Paqui. Le han puesto Rubén.
-(Girando de nuevo su atención hacia el televisor) Como el gilipollas de su padre. ¿Porqué te has acordado ahora de eso?
-Por nada. Paco... (Su indecisión hacía amenazar una tormenta en la mirada del irascible Paco) Algún día tendremos niños, ¿Verdad?
-(Soltó una risotada despreciativa) Niños... Bastante tengo ya con aguantarte a ti.
Paco subió el volumen del televisor para evitar tener que volver a oírla y Gloria, con los ojos cargados de lágrimas a punto de rebosar, se dio la vuelta y corrió en dirección a la cocina. Sacó una botella medio vacía (Nunca medio llena) de vino de la nevera y empinando el codo, se echó un largo trago de ella directamente.



La visión de dicha cópula era en principio grotesca. El hombre representaba una gran mole compuesta principalmente de un gran saco de grasa y una cabeza completamente calva (Afeitada, eso sí en los pocos lugares que se resistían a la triunfal ocupación de la alopecia), que hacía grandes esfuerzos para dibujar feroces embestidas con su pelvis adentrándose en la mujer que debía de encontrarse debajo de si mismo. La mujer, algo más joven que él y de corpulencia más proporcionada y normal, recibía las enormes embestidas del hombre, luchando en vano por no ser aplastada en el sándwich de látex y grasa en que estaba atrapada. Apenas se le veían los brazos, tensos, que terminaban en unas afiladas uñas pintadas de color granate que se aferraban con fuerza a la sudorosa espalda del gigante que la estaba penetrando; la cabeza, con los ojos cerrados de placer o dolor (Quien sabe si ambas cosas a la par) y las piernas, huesudas y fibrosas, que con la tensión del momento y por su color tostado, recordaban a las de las magníficas atletas de color que se pueden ver en las competiciones de atletismo.
Olegario tenía unos cuarenta años. Su particular fisonomía se veía rematada con un rostro bastante antipático y un perenne gesto de superioridad. Lola tenía algunos años menos y al igual que su nombre, recordaba su cara agitanada a la de la sin igual flamenca que el mundo entero conoció por “la Lola de España”, cuando estaba en sus años mozos, Dios la tenga en su gloria.
Olegario, luchando por descargar el contenido de sus gónadas, y haciendo grandes esfuerzos por mover su enorme masa y Lola, soportando ese terrible seísmo cuyo epicentro se situaba en su entrepierna, hacían unos guturales ruidos que recordaban más a la cópula entre enormes mamíferos que a la propia de dos seres humanos. Pero esta particular dinámica de imágenes grotescas y guturales sonidos se vio sorprendida por el sonido de un timbre.

-Han llamado a la puerta, Ole.
-(No dispuesto a parar su frenética carrera hacia el orgasmo) A la mierda quien sea.
El timbre volvió a sonar, esta vez con más insistencia.
-Voy a ver quién es.

Olegario no dejó de buena gana la tarea en que estaba y más bien se mostró pasivo, provocando que Lola tuviera que usar de la fuerza que le proporcionaba su fibrosa constitución para quitarse al enorme hombre calvo de encima y tras ponerse una bata, salió de la habitación en dirección a la puerta de casa con su cuerpo brillante y lubricado en caliente sudor. Tras mirar brevemente por la mirilla, la abrió, quedando paralizada al igual que la otra persona que tuvo en ese momento enfrente de si.

-¿Cuándo saliste, Víctor?
-Hoy.
-¿Estás bien?
-Sí.
Buscando vanamente en los bolsillos de la bata.
-Necesitarás dinero.
-No te preocupes, me arreglo. (Ambos continuaban paralizados, mirándose fijamente a los ojos como si de un duelo de miradas se tratara)
Hace mucho que no te veía.
-He estado muy liada... desde la última vez que te visité...
-Hace casi un año. Te llamé desde allí pero no te localicé.
-(Lola esquivó la mirada, mostrando fragilidad o vergüenza) Tuve que cambiar de número.
-Ya.
Ambos se contemplaron un par de segundos en silencio, que fueron más locuaces que las frases que habían intercambiado. Después Lola se sintió incómoda.
-Perdona que no te invite a pasar, Víctor. No estoy sola.
-No importa.
Lola le besó en la boca con la facilidad que muestran los labios que se conocen. Le dibujó un último beso que habría de llegarle vía aérea, mientras cerraba con cuidado la puerta.
-Mañana nos vemos más tranquilamente.
La puerta se cerró frente a él, pero Víctor se quedó inmóvil e impasible frente a ella.

Era demasiado el deseo que tenía de hablar con ella, como para conformarse tan fácilmente a esperar hasta el día siguiente y en una actitud más pueril que cualquier otra cosa, se quedó en la calle, siendo como era ya de noche, sentado en un banco de madera, mirando directamente hacia la puerta del portal en que vivían Lola y aquel hombre. Parecía obstinado en esperar allí mismo a que pasara toda la noche y empezara el nuevo día en que podría hablar con ella, como si ninguna otra cosa de este mundo le importara. Y quizá lo hubiera hecho, fumando uno tras otro hasta agotar sus cigarrillos de tabaco negro, de no ser porque quiso el azar o el ángel de la guarda que todos tenemos en el cielo, velando por que seamos felices (Otra cosa es que nosotros pongamos la parte que nos corresponde, como criaturas que somos de Dios), que Olegario saliera a esas horas de aquel edificio, más que probablemente a comprar tabaco en un bar cercano, tomar alguna copa y echar unas monedas en las maquinas tragaperras que tanto le gustaban. Después de haber descargado su furia en la entrepierna de Lola, le relajaba salir un rato a la calle. Víctor le siguió con la mirada, alejándose del portal y cuando le vio ya a una distancia prudencial, tiró al suelo su cigarrillo recién encendido y con paso decidido, arqueando el paso como en él era habitual, se dirigió a la puerta del portal.

Víctor se encontraba plácidamente sentado en un sillón del piso de Lola, mientras ella, de pié y cerca de él, pero dando nerviosos paseos en el corto trayecto entre un sillón y la pared de enfrente, fumaba compulsivamente.
-Ha salido un rato- Le dijo presa de la angustia –Pero va a volver pronto. ¿Cómo sabías que saldría?
Con la tranquilidad de los inconscientes respondió:
-No lo sabía- Y se echó un trago de una copa que se había auto servido.
-Estas loco, Víctor.
-Lo estoy por ti.
Víctor intentó sujetarla del brazo, en uno de los vaivenes que le hizo pasar cerca, pero ella escurrió el brazo zafándose de tan imprevisto cazador.
-(Sin valor para mirarle a los ojos) Ahora estoy con Ole.
-¿Ole? ¿Qué cojones significa Ole?
-Olegario... Lo siento Víctor pero ha sido mucho tiempo.
Víctor se levantó de improviso como si de un resorte se tratase.
-Cinco años y un día. Te aseguro que llevo mejor que tú la cuenta.
Lola continuaba evitándole en lo posible la mirada a pesar de su cercanía. Intentaba en vano aparentar una decisión de la que carecía.
-Y ahora, ¿Qué vas a hacer?
-Lo único que sé. –Encontrándose esta vez las dos miradas- ¿Qué hay?
-Yo ya lo he dejado...
Lola intentó de nuevo evitarle, esta vez desplazando todo su cuerpo lejos de su área de influencia pero Víctor, tenso como la cuerda de un arco, la sujetó por los hombros obligándola a mirarle de frente.
-No me jodas Lola. No soy imbécil.
-A Ole no le gusta tratar con desconocidos.
-(Sonriendo incrédulo de lo que acaba de oír) ¿Soy yo un desconocido?
-Lo siento Víctor. Te conviene cambiar de aires. No te fue muy bien conmigo la última vez...

Las palabras que Víctor recordara esa misma mañana en el bar, recién salido de la cárcel, volvieron a sonar en su cabeza, como banda sonora de un recuerdo tan vivo como cruel que ambos conservaban grabado a fuego en sus retinas: “¡Lola... Lola!”
-Me debes una y lo sabes.
-Lo hablaré con Ole, pero no te prometo nada.
Lola se dio la vuelta y Víctor intentó tantearla por la retaguardia, pero ella se apartó más por miedo a la inoportuna llegada de su compañero que por falta de deseo.
-Lo siento, no puedes quedarte.
Víctor se bebió el último trago de su copa antes de alejarse.
-Me la debes.


Lola y Olegario reposaban en la cama, en silencio y con la luz de una mesilla encendida, ambos acostados sobre su lado derecho; ambos mirando hacia el mismo lado. Lola se aferraba a él desde detrás intentando abarcarlo con su brazo izquierdo y con la vista perdida en la maraña de gotas que formaban la pintura al gotéele que cubría la pared que tenía frente a ella. Ole permanecía con los ojos cerrados hasta que se inició la conversación.
-No nos vendría mal que alguien nos echara una mano.
-No me gusta.
-No le conoces.
-Sé que su último trabajo no acabó bien.
Lola dulcificó su tono de voz intentando quitar hierro a la cuestión.
-Fue mala suerte.
-No me gustan los gafes.
-(Forzó la sonrisa) Vamos Ole, tú no eres supersticioso.
Nervioso se incorporó de la cama, de forma repentina y violenta.
-¡Que no, cojones!
Lola se quedó huérfana de su gran asidero, pensativa y diríase que con un fondo de optimismo en la mirada. Se levantó tras de él y le siguió hasta la cocina, dónde el gran hombre de cabeza perfectamente rasurada, tomaba un trago de agua de una botella que había extraído de la nevera. De nuevo Lola se acopló por detrás, abarcando con sus brazos la enorme horma que representaba el cuerpo de Olegario.

-Le debo una Ole- Le dijo, esta vez más seria y rotunda- Ha estado cinco años encerrado sin soltar una puta palabra y no le puedo dejar ahora tirado.
Olegario se quedó esta vez callado, a sabiendas que no podría negarse, ya que Lola estaba en deuda con aquel hombre que tan poco le agradaba, aunque no lo conociera más que por las referencias que le había dado de él ella misma. Resignado a cubrir dicha deuda, junto con la mujer con quien compartía la cama, prefirió optar en este momento por la inacción, dejándose querer en silencio por ella. Lola, diplomada en las artes amatorias y satisfecha por su triunfo, comenzó mordiéndole sensualmente la espalda para ir girando en una lenta espiral descendente, que, como delataba el gesto de creciente gozo de Olegario, culminó en una magnífica felación.


El día había amanecido de nuevo luminoso. Paco, con sus estilizadas gafas de sol en la cara, su barbita recortada y su indumentaria perfectamente compuesta y limpia, se acercó a un portal y tras accionar el interruptor de un telefonillo, recibió una pronta contestación del sistema automático que le permitió franquear la puerta.
Al otro lado de la calle, sentada dentro de su ford fiesta de segunda mano de color blanco, se encontraba Gloria, mirando furtivamente hacia la puerta por la que acababa de entrar su compañero. Gloria tenía el gesto tenso que se le marcaba en la quijada cuando las situaciones la angustiaban, y fumaba nerviosa, con los dedos temblorosos, sin pestañear frente a dicho portal, con la mirada que tiene quien sabe que va a suceder una inminente e inevitable desgracia, o al menos la teme. Deseó con todas sus fuerzas que el desenlace al que precedía y justificaba su espera hubiera sucedido antes, pero fueron varios los cigarrillos que sucesivamente fueron incendiándose frente a su inflamable mirada. Cuando menos preparada estaba para el envite, sedada por el sentimiento casi reumático que la tensión corporal continua genera en nuestros débiles cuerpos, Paco salió deprisa por la puerta del portal. Su andar no era el mismo que cuando llegó allí; andaba rápido y ágil, acorde con la alegría que desprendía también su relajado rostro. Su sonrisa se giró hacia una de las ventanas de los pisos superiores y lanzó con la mano un beso que rápidamente se apresuró a recoger una bella joven morena desde dicha ventana, devolviéndoselo de igual manera. Gloria se hundió en su asiento, no por miedo a ser vista, sino por que el fango se la tragaba, hundiéndola en un pozo de mierda sin fondo. Desde su privilegiado punto de vista, grabó para toda la vida la imagen de la joven morena, apenas cubierta por una camisola sin abrochar que adivinaba unos generosos senos, dichosa del momento de felicidad que Paco, su amante le acababa de donar.

Gloria corría a toda velocidad, forzando su querido y viejo ford fiesta, cosa que no era en ella habitual, pero en su mente no había hueco para otra cosa que no fuera la visión negativa y horrible de un mundo que se caía, que se desplomaba, un mundo de ilusiones puestas (O al menos eso creía ella) en común con su compañero, su propio proyecto de vida, ese que tantas veces su madre había criticado. “No deberías haber dejado los estudios hija”, “Lo decían todos los profesores: Esta niña puede llegar muy lejos” “Todo por irte con ese vago al que tienes que mantener” Estas palabras retumbaban en su mente y no le dejaban oír el motor chirriante y agonizando de su ford blanco, pidiendo a gritos que cambiara a una marcha más larga... Pero el motor de su vida era en esos momentos más importante y también estaba agonizando. Por una curiosa asociación de ideas, miraba de forma automática a través de sus ojos cubiertos de una película de lágrimas a punto de desbordarse, pero no era del todo consciente de lo que veía pasar a toda velocidad, sino más bien de una imagen heredada de otra que había visto recientemente y le había impresionado sobremanera: Las torres gemelas de Nueva York desplomándose aquel terrible once de septiembre. Y ahora lo que veía a través de su atormentada imaginación era eso mismo: Edificios desplomándose como un castillo de naipes, como las torres gemelas, como su vida... Cierto es que al partir, hubo unos instantes en que no podía quitarse de la cabeza el gesto de la joven, respondiendo el beso desde la ventana, con sus pechos desafiando la permeable vestimenta compuesta sólo de una camisola sin abrochar, y a Paco, muy contento, enviándole el beso inicial, pero esto duró sólo unos minutos.
Otro pensamiento, también en forma de nítida imagen le asaltó antes de frenar en seco en el aparcamiento del gran centro comercial: Ella misma en el cuarto de baño de su casa, utilizando el test de embarazo que había comprado en la farmacia; ella misma comprobando estupefacta que había sido fecundada por aquel mal hombre, responsable de todas las desgracias de su vida. Eso le pasaba por no hacer caso a su madre: Ellas siempre tienen la razón. El pensamiento del resultado positivo la empujó con más fuerza a seguir sintiendo la metáfora de sus desgracias: Esos edificios derrumbándose como castillos de mantequilla, derretidos por el sol.

Frenó en seco y se dirigió todo lo deprisa que sus piernas y su agitada respiración le permitieron hacia el interior del centro comercial, con su mochila de deporte morada a la espalda. Se internó por una de las puertas principales y rápidamente se deslizó por otras restringidas solamente al paso del personal autorizado. Bajó rápido unas escaleras y se topó con los vestuarios: A la izquierda los de caballeros y a la derecha los de las señoras. Tras dudar un instante entró en los de los caballeros.
Con gran vergüenza comprobó como había algunos hombres, del personal que atendía el centro comercial, que estaban en esos momentos cambiándose, unos pasando de la ropa de faena a la de paisano y otros al revés, dependiendo de sus turnos de trabajo. Ante la cara de estupefacción de algunos de ellos y de otros que entre risas comentaban en calzoncillos la embarazosa situación, Gloria se disculpó con la mirada fija en el suelo y se acercó a un joven con el pelo muy corto y rubio y una frondosa perilla que apenas se hacía notar dada su albina condición. El joven, que tenía un enfado considerable, respiraba a base de bufidos, apretando los labios y frunciendo el entrecejo al verla acercarse. Se estaba quitando un traje de guarda de seguridad y vistiéndose de paisano. A su lado y sobre un banco de madera descansaba una pistola enfundada en un cinturón.
-Lo siento Carlos he pillado un atasco y...
-Hoy es un atasco, ayer fue un accidente, la semana pasada se te pinchó una rueda- El joven desafiante y malencarado, en calzoncillos, le dio un walkie talkie, un manojo de llaves y una chapa de plástico con una banda magnética. Esta última se cayó al suelo y Gloria la recogió.
-Tienes mucha cara, Gloria. La próxima vez doy parte a la empresa.
-Déjame explicarte.
Gloria intentó retener un instante al joven que se había vestido a toda velocidad, sin dejar de percibir las miradas que como afiladas agujas se clavaban en ella, de todos los hombres que les rodeaban.
-Me está esperando mi novia ahí afuera desde hace cuarenta minutos.
El joven salió de los vestuarios pegando un gran portazo y Gloria reproduciendo de nuevo las demoliciones de edificios en su mente, salió de allí con la vista fija en el suelo, allí donde se arrastraba su alma, su ego, su autoestima.


La situación era confusa y complicada. Todo se veía muy borroso, difuminado, distorsionados tanto la imagen como el sonido, pero Víctor percibía que estaba tumbado en el suelo, boca abajo, mirando desesperado a un automóvil que se alejaba, de su lado, gritando: “¡Lola... Lola!” Cuando los gritos se desgarraban en el aire y el automóvil ya parecía alejarse sin retorno, frenó en seco, y después se le iluminaron las luces blancas de la marcha atrás. El vehículo aceleró bruscamente y se dirigió directamente hacia Víctor que sin posibilidad de evitarlo, esta vez gritó sin esperanza alguna y al borde de la histeria

-¡Nooooooooooooo!
Víctor se despertó con el corazón casi fuera del pecho y ya saliéndole por la boca, empapado en sudor e incorporado, con la respiración agitada sobre aquella cama, sin saber durante unos instantes dónde se encontraba.
Era una pensión como tantas otras. La poca competencia en la zona y los poco refinados huéspedes que la habitaban (Prostitutas y drogadictos; ambas cosas a la vez en su mayor parte) hacían de ella una estancia de habitaciones pequeñas, viejas y sucias, con tabiques demasiado delgados y porosos como para abstraerse de las variopintas y ruidosas vivencias de los demás huéspedes.
Se levantó de la cama, en calzoncillos y camiseta de tirantes, despeinado y con grandes ojeras y se lavó la cara en el pequeño lavabo con agua fría. Estiró su pelo hacia atrás tras mojarlo un poco con las manos y al hacer un movimiento con el pie para coger la toalla comprobó sin demasiada sorpresa que acababa de aplastar el abdomen de una cucaracha, negra como la noche, que pasaba en aquel momento por su lado. Víctor contempló un instante el cuerpo deformado y grotesco del insecto, intentando desesperadamente con su mitad de cuerpo intacta, arrastrar la otra mitad, aplastada y reventada. Víctor la contempló ese instante y pareció mirarla con lástima, identificándose con ese pequeño ser vivo que luchaba por continuar su existencia a pesar del golpe fatal que le acababa de propinar la vida.


El tanque etílico estaba a punto de agotarse y Víctor se acercó al patético surtidor. Decidió aliviar sus labios y garganta reseca en aquel bar al que nunca nadie recordaría por su limpieza. Todo seguía igual que cuanto él estuvo la última vez, y ya hacía algún tiempo: Cinco años y un día como rezaba la sentencia. No se llevaba mucho con aquel otro al que entró nada más salir del penal. Si acaso algo más de fetidez e insalubridad. Faltaban los manchones de grasa en la camisa blanca del camarero, pero su apariencia, sus ademanes, podría decirse que hasta su aura, todo en él era igual de insalubre que el del otro establecimiento. Cinco años y un día más tarde todo estaba exactamente igual, los trescientos sesenta y cinco largos días del año durante cinco años, durante toda una vida. Todo un logro.

Matías conservaba esa mirada esquiva, pero a la par incisiva, afilada, con los ojos casi cerrados, con el cigarrillo en los labios y el humo luchando por dejar una densa e impenetrable nube de humo entre estos ojos y la mirada de quien diablos estuviese delante. Le vio entrar e inmediatamente le sirvió una copa, sin decir nada ni esperar que le dijeran tampoco nada, como un ritual perfectamente establecido que sólo esperaba el momento de volver a ser ejecutado. Víctor se acercó a la barra, también en silencio y bebió media copa de un trago. Tras secarse la boca con la mano, tras limpiarse mecánicamente la saliva reseca de sus labios cuarteados, decidió mirar al que tenía al otro lado de la barra y violar aquel pacto silencioso y ceremonial.
-¿Cómo va todo, Matías?
-Aquí estamos dando guerra. Hacía mucho que no te veía.
-Ya sabes.
-Sí, me lo contaron.
Durante un instante ambos volvieron a instaurar un incómodo silencio, como si fueran dos combatientes de boxeo analizando los golpes dados y recibidos y estudiando con paciencia la estrategia a seguir en la siguiente oportunidad. Víctor bebió el resto de su copa y Matías volvió a tejer su densa capa defensiva de humo frente a sus ojos.
-¿Qué sabes de la Lola?
Matías meditó un segundo antes de responder, con una mirada cínica al final de sus esquivos ojos.
-Ya sabes cómo están las cosas. Sé que ya la has visto.
-No es eso lo que he preguntado. – Contestó Víctor desafiante y frío.
Matías disimuló un instante haciendo que secaba un vaso para terminar buscándose en un bolsillo y entregándole un papelillo doblado, en cuyo interior había garabateado un número de teléfono.
-Dejó el recado de que la llames aquí.
Víctor le quitó rápidamente el papelillo de las manos y se acercó al final de la barra dónde había un teléfono de monedas. Sin moverse, Matías le contempló durante el breve instante que duró la conversación telefónica. Sentenció para si mismo, con musiquilla de canción aprendida por repetición:
-Gilipollas, nunca aprenderás...
Víctor tras colgar el teléfono salió del bar con paso ligero, no sin antes dejar una moneda delante del dependiente y amagar un lejano “Hasta luego”. Matías siguió secando mecánicamente otros vasos, con la vista perdida en la espalda de Víctor alejándose:
-Nunca aprenderás...


Olegario iba conduciendo aquel formidable automóvil todo terreno. Era un Mercedes gris metalizado, precioso, reluciente y de unas dimensiones proporcionales a su orondo propietario. En el interior del amplio habitáculo, Lola iba a su lado, fumando, con el pelo recogido en una coleta, gafas de sol y un vestido primaveral que dejaba adivinar sus aún apetecibles curvas. Y alternando en sus vistazos fugaces y furtivos el espejo retrovisor desde el que podía ver los ojos de Olegario, con los pechos, aún deseables y deseados por él mismo más que por nadie, Víctor, fumando también desde los asientos de detrás, dejaba distraídamente la vista perdida durante la mayor parte del viaje en la carretera y los coches que les precedían. Un par de veces fueron a encontrarse las miradas de ambos hombres, proyectadas a través del espejo retrovisor que era testigo privilegiado del odio mutuo que se profesaban. Desde el primer momento en que se conocieron, mejor aún, desde el primer momento en que oyeron hablar el uno del otro, ambos sabían que jamás serían amigos, ni nada que se le pareciese remotamente, pero ambos querían y respetaban a Lola, y por ella tenían que compartir este momento y los que vinieran. Ole no quería separarse de ella y Víctor quería recuperarla. Ambos lo sabían y por ello se odiaban.

El gran turismo se introdujo en un amplio parking, al aire libre, anexo a un no menos grande centro comercial. En la parte superior de una de sus entradas al público había un gran cartel luminoso verde: “PARQUESUR”
-Podías haberlo dejado ahí al lado, a la sombra- Comentó Víctor, molesto por los primaverales rayos de sol que entraban por su ventanilla.
Girándose con cara poco amistosa le contestó su rival:
-Lo dejo dónde me sale de los huevos...
-Eh, eh chicos, vale. No hemos venido aquí a pelearnos- Medió oportunamente Lola- Se supone que somos un equipo.
-Un equipo...- Comentó con desdén Víctor.
-Lo puedes abandonar cuando quieras chato.
-A mi no me llames chato...
Nuevamente la tensión iba en aumento y Lola, preocupada, volvió a interrumpirles, poniendo sus brazos a modo de separación entre ambos hombres.
-¡Vale ya, coño! Joder, parecéis chavales de quince años. No os pido que os caigáis simpáticos, simplemente que seáis profesionales. –Mirando alternativamente a ambos- ¿Vale?
Ambos dieron su particular asentimiento, apartando sus miradas hacia sentidos opuestos. Lola sacó de su bolso de cuero negro cuarteado por el tiempo, un cuaderno y un rotulador y comenzó a explicar el plan de trabajo, sirviéndose de sus dibujos para hacerle comprender a Víctor, la situación que ella iba narrando sobre un esquemático plano de la superficie interior del centro comercial.

-Es un centro comercial muy grande, y tiene una estructura interior casi circular. De las dos entradas principales, esta –Señalando la que tenían enfrente, precedida de un largo pasillo techado que permitía a los peatones circular desde el exterior del recinto, recorriendo toda la zona de parking hasta la misma puerta- es la que nos interesa. Al entrar, comienza un ancho pasillo flanqueado por todas las tiendas. Y a unos diez metros de la entrada, y situado en mitad del pasillo está situada la oficina del Banco Mediterráneo que nos interesa.

Lola dibujaba en el cuaderno la situación de dicho local, de estructura circular y que ocupaba un tercio del ancho de dicho pasillo. Víctor la miraba atentamente, casi sin pestañear, como un depredador cuando estudia a su presa antes de lanzar su dentellada. Olegario por su parte, escuchaba igualmente, pero mirando hacia el frente del parabrisas como si el tema no fuera con él, molesto sin duda por que su odiado acompañante fuera en esos momentos el centro de atención de su fémina.
-¿Tienen mucho dinero allí?
-Ahí voy. La mayor parte de los empleados del centro comercial tienen sus nóminas domiciliadas allí y muchos de ellos sacan de allí mismo dinero a final de mes, cuando reciben el ingreso de sus nóminas.
Víctor, aún sin pestañear, afirmaba con la cabeza sopesando el calibre de lo que Lola le estaba narrando.
-¿Cuántos guardas de seguridad?
-Sólo uno. Será fácil.
Lola describió el procedimiento planeado, con la seguridad de quien ha repasado mentalmente un proceso durantes horas, días, semanas... Al narrarlo tampoco pestañeaba, teniendo la vista perdida, atravesando a Víctor hasta el infinito, visualizando en su mente con toda claridad y nitidez la escena como si estuviera ocurriendo en ese mismo instante. Todo sucediéndose con la perfección de los engranajes de un artesanal reloj suizo:
-Entraremos de improvisto, el ultimo día del mes, con las caras tapadas y armados con pistolas. Reduciremos al guarda jurado que se sitúa siempre en las inmediaciones de esta puerta, dado que además del banco, justo al lado hay una joyería importante. Es esa que anuncian tanto, que tiene expuesta la manzana esa de oro blanco.
A Víctor se le iluminaron los ojos. Sin duda la conocía:
¿La gran manzana de oro blanco?
Esa... Es una copia exacta de la que hicieron para el sultán de Brunei. Cuando tengamos al guarda controlado y en el suelo y mientras uno de nosotros le vigila, los otro dos entrarán en el banco y cogerán la pasta. El procedimiento para hacerlo no lo vamos a detallar, suponemos chicos que estamos entre profesionales –Cada uno de los tres integrantes del gran turismo gris metalizado sonrió con suficiencia- Todo será muy rápido y tendremos el todo terreno aparcado lo más cerca posible.
Olegario comentó con sorna:
-Pero en la sombrita...
En bajo le contestó Víctor, provocando un silencioso y tenso duelo de crueles y frías miradas:
-Gilipollas.
-Saldremos de allí a toda leche. Los finales de mes, el centro comercial tiene menos gente y el parking está más vacío, al igual que todos los accesos y salidas. La carretera que está al lado nos saca directamente a la M-40 y a partir de ahí, a casita a repartir el botín.
-¿Y la manzana?
Olegario puso cara de fastidio. Lola le miró dubitativa antes de continuar.
-Yo también lo pensé, pero Ole piensa que es demasiado peligroso.
-Me parece una estupidez arriesgarnos con el atraco al banco y dejarnos la joya que la tenemos al lado. Podríamos sacar una fortuna por ella.
Olegario ofendido no tardó en responder, clavando su mirada y mostrando sus caninos incisivos:
-A mí me parece mayor estupidez que te cojan y te pases cinco años en el trullo, y tú lo hiciste la última vez, pringao.
-¡Cabrón! Te voy a...
Lola se interpuso de nuevo entre los dos hombres, teniendo esta vez que incorporarse y utilizar todo su cuerpo interpuesto en una incómoda y diagonal postura en el interior del habitáculo para separar las dos zonas de la pelea entre la parte anterior y posterior del vehículo.
-¡Vale ya coño! Me tenéis hasta el gorro con vuestras tonterías de gallitos de pelea.
-Vamos a llevarnos mucha pasta y es una gilipollez arriesgarse parándonos a coger la mierda de joya.- Insistió Olegario buscando la adhesión de Lola.
-No tan mierda, Ole- Se le iluminó la mirada al pensar lo que decía- Es preciosa. Daría lo que fuera por tenerla.
Ole se mostraba inquieto al ver que Lola no le secundaba sino que daba más bien su aprobación a la opinión de Víctor:
-Es un riesgo estúpido, Lola...

Víctor le interrumpió, hinchándose ante el apoyo de Lola y colmando el volcán de odio del gran Ole.
-¿Y qué significa la vida sin riesgos... ?
-Es lo que nos diferencia a ti y a mí. Yo soy un ganador y no me la juego. Tu riesgo y tú acabareis de nuevo juntos en el trullo.
El argumento de Ole y la contundencia y seguridad con que lo expresó dejó pensativos e impresionados tanto a Víctor como a Lola, que buscando en el viejo y sagrado baúl de la sensatez cambió repentinamente de bando.
-Tema zanjado. Cogemos el dinero y dejamos la manzana.
Aquella tarde ninguno de los dos hombres quedó satisfecho tras el duelo dialéctico y estratégico. Víctor porque comprobó que Lola en el último instante, el definitivo, el más importante, tomó partido por aquel “asqueroso bola de sebo engreído y estúpido”, lo cual realmente no esperaba. Olegario por su parte, y a pesar de la teórica victoria en el primer asalto, aprendió que nunca podría dar la espalda a aquel tipo “presumido, entrometido y lo que era peor, fracasado”. Aquel con quien tenía que trabajar, perfectamente coordinados y sincronizados para no cometer errores, para triunfar, aquel con quien jamás hubiera querido trabajar mano a mano, aquel hombre que no sólo deseaba a Lola, sino que probablemente ya la habría poseído ... Pero se lo había pedido Lola y ella era su debilidad. Su única y auténtica debilidad.


Gloria entró por la puerta de su sucia y desordenada casa, con un rostro y ademanes que lejos de desentonar, encajaban perfectamente con el decadente ambiente del piso. Había bebido algo, no demasiado. Iba algo despeinada, con la mirada perdida, la ropa arrugada, grandes ojeras que colgaban de unos ojos exprimidos hasta el límite en sus lagrimales, hundida y desmoralizada. Dejó la mochila morada en el suelo y al mirar hacia el salón vio una pierna, un brazo y parte de la cabeza del sujeto responsable de todas sus desgracias, parapetado desde su punto de vista, hundido en el sillón del salón, con el mando a distancia en la mano, la mirada fija en la televisión y una lata de cerveza sobre la mesa que había ido dejando huella de sus asentamientos en forma de orlas resecas. A Gloria se le endureció el gesto, se irguió y sacando fuerzas de dónde sin ninguna duda no las tenía, tras coger aire e hinchando con violencia sus fosas nasales, entró con decisión en la habitación.
-Esta tarde te he visto.
Paco apenas mostró interés. En un primer instante obvió la presencia de Gloria, para a continuación dedicarle una mirada de soslayo, despreciativa, nada generosa con la persona que se supone compartía su piso, su cama y su vida... Pero esto era un alarde de suposición.
-Qué bien. Prepara algo de cena, anda, que va a terminar la primera parte del partido.
El desprecio de Paco la desarmó por completo, no obstante recompuso tan artificial como milagrosamente su compostura, recogió las migajas de su autoestima y las pegó con celofán para continuar intentando enfrentarse a él.
-Te he visto con esa puta a la que te tiras ahora.
El sorprendido ahora fue él. Dejó de prestar atención al televisor y tras un segundo de desconcierto en que su gesto fue indeterminado, esbozó una sonrisa de suficiencia.
-¿Desde cuando me sigues? ¿Eh? Ahora te dedicas a eso...
-No cambies de tema. Te he visto salir de su casa.
Paco, desafiante, se puso de pie acercándose a ella. Gloria luchaba por reprimir su miedo que le aconsejaba retrasarse a posiciones más seguras.
-¿Pero tú quién coño te crees que eres para seguirme? ¿Eh? –Le pegó un leve empujón en el hombro que la hizo retroceder asustada - ¿Quién cojones te crees que eres para venir aquí a decirme toda esa mierda? ¿Cuánto llevas siguiéndome? ¿Eh? ¿Te parece bonito?
Paco levantaba cada vez más el tono de voz y se acercaba a ella dándole empujoncitos e intentando agarrarle uno de los brazos, pero ella se zafaba constantemente.
-¿Porqué me haces esto, Paco?
-¿Yo te hago a ti? ¿Eres tú la que me acusa y me sigue?
-Paco, te estas tirando a esa tía...
La interrumpió bruscamente, con la mirada fuera de sí y amenazando con sus fuertes brazos.
-Tú no tienes porqué seguirme guapa. ¿Quién te crees que eres? Mírate: Una fracasada alcohólica de mierda, a la que su madre le hizo creer que iba a llegar muy lejos. ¡Mira dónde has llegado! ¿Te sigo yo cuando vas a beber al bar de ahí abajo? ¿Te sigo cuando compras botellas en el súper? Tenías que dar gracias de que continúe contigo. ¡Borracha!
Gloria, destruida en mil añicos, hundida hasta los dientes en el fango de la nula autoestima se abalanzó sobre él buscando su aprobación y cobijo, pero lejos de eso, aquel hombre miserable se apartó de su trayectoria, dejando que cayera sobre el sofá y saliendo en dirección a la puerta de la calle, la cual emitió un instante después un sonoro portazo.
-Ahí te quedas, zorra.
-Paco, no...
El portazo dejó paso al silencio, inundado bruscamente de llanto de mujer destruida. Era demasiado grande su pena y demasiado arraigado el hábito como para evitarlo, por lo que irremisiblemente se levantó, con el rimel de los ojos recorriendo sus mejillas como una mancha de un petrolero en el océano, y como no podía ser de otra manera, ahogó su gran pena en el fondo de una botella de Whisky escocés del barato.


Víctor se encontraba en camiseta de tirantes y pantalón vaquero, tirado sobre el destartalado, viejo y sucio único sillón de su habitación, con el mando a distancia en la mano y la vista fija en el pequeño televisor que tenía enfrente plagado de huellas digitales en su pantalla y sin el privilegio de ser precisamente una pantalla táctil -Como ya pudo comprobar en un primer instante, la limpieza no era el punto fuerte de aquella pensión, foco concentrado de prostitutas y drogadictos- viendo un absurdo concurso para familias estructuradas y conservadoras de clase media alta. Víctor no cumplía ninguno de los requisitos para estar incluido en el famoso “target” o diana en el que piensan los programadores al hacer sus tediosas parrillas, pero no encontró una hez televisiva mejor con la que consumir su tiempo.
Le sacó de su destructivo e inútil pasatiempo una llamada con los nudillos a la puerta de la habitación. Víctor se quedó inmóvil, bajó el sonido del televisor desde el mando a distancia y afinando los oídos sólo pudo distinguir el hilo musical que venía incluido en el precio de la habitación: El ruido de las peleas, gritos, falsos orgasmos y cantos de sus distinguidos vecinos de pensión. Hizo ademán de seguir viendo la televisión, pero los nudillos volvieron a golpear la puerta. Víctor, con la prudencia de quien sabe lo que es que le vengan a buscar para prenderle o con malas intenciones, endureció su gesto y se levantó andando sigiloso hasta la puerta.
-¿Sí? ... ¿Quién es?
-Soy yo.
Víctor abrió la puerta y apareció frente a él Lola, vestida como en ella era habitual de oscuro, con unos ceñidos pantalones tejanos, un suéter de punto negro, el pelo recogido en estirada coleta, gafas de sol en la cara y un cigarrillo recién encendido en la mano, marcando el impaciente tiempo que se tardaba en llegar hasta la habitación desde la entrada de la pensión en la calle.
Víctor le abrió la puerta haciéndole un gesto cortés para que pasara. Tras hacerlo, Lola se sintió algo incómoda en aquel reducido espacio que por falta de iniciativa se le antojaba un gran escenario en la que el público (Él) esperaba su actuación. Se quitó las gafas para descubrirse y tener ocupadas sus huérfanas manos.
-¿Qué tal?
-Bien- Con los brazos cruzados, escrutándola con precisión de quien ha explorado ya cada centímetro de ese cuerpo- ¿Cómo tú por aquí?
-Quería disculparme Víctor.
-No tienes por qué.
Lola se acercó a él, cada vez con mayor decisión.
-Sí, no he sido muy considerada contigo desde que apareciste. Sé que debió ser duro cargar con toda la mierda, sólo en la cárcel.
-¿Pensabas que hablaría?
-No, nunca dudé de ti.
-¿Y de ti misma?
-No me lo pongas más difícil joder...
Lola hizo un ademán fastidiado de dolor, aplastando su cigarrillo en un concurrido cenicero de latón. Víctor se le acercó por la espalda y le tocó levemente el hombro. Lola se dio la vuelta rápidamente y en un instante coincidieron a breves centímetros las caras, cuerpos, miradas y respiraciones de aquellas dos almas cargadas de caliente pasión mutua. La tensión sexual se podía escuchar. A la par que los pezones de Lola se erguían luciendo su buen conservado porte y colocación, y el pene de Víctor se endurecía, cargando en la recámara una buena dosis de esperma, ambos luchaban por contener lo incontenible.
-Ha sido mucho tiempo Víctor.
-Yo nunca me olvidé de ti.
Lola empezó a llorar:
-Yo tampoco...
Pero Víctor no le dejó continuar. Las palabras dejaron su lugar a los fluidos y a los actos. Se abalanzó sobre ella besándola frenéticamente y al instante ambas lenguas se entregaron en una danza ritual, con una cadencia ya pactada hacía mucho tiempo, ensayada al igual que el manoseo y caricias por todo el cuerpo de ambos, que tantas veces se habían dedicado –Hacía ya tiempo de la última vez, eso sí, pero ambos se acordaban perfectamente- como preámbulo y acompañamiento de magníficas copulas de amantes que se deseaban profundamente. Las bragas, el calzoncillo, el sujetador y mucho antes todo el resto de la ropa se desperdigaron por el pequeño perímetro de la habitación mientras él penetraba con furioso deseo a aquella hembra que gritaba de colmado placer. Víctor no tardó en derramarse por primera vez en el interior del cuerpo de su deseada Lola. Pero la noche era muy larga, y quedaba mucho tiempo para ponerse al día. Lola sabía que su dicha no acababa sino más que comenzar.

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